Cómo tener una relación sana sin sucumbir en las garras de un narcisista con un ego descomunal

Este post va para todas las personas que se esfuerzan en dar lo mejor de sí en una relación, pero siempre terminan creyendo que les faltó dar algo.

No eres tú. Tampoco es el otro. Es un narcisista asomando por ahí.

Exceso de esfuerzo en cualquier relación, nunca valdrá la pena. Las relaciones sanas fluyen y tienen la cualidad de hacernos sentir tranquilos.

Tranquilidad es la palabra clave.

¿No estás sintiendo tranquilidad? Sal de ahí.

El antídoto para el ego de una persona que te está manipulando emocionalmente, es la indiferencia. Sin embargo, tú no sientes indiferencia.

Esa contradicción es la que nos quita tranquilidad.

¿Por qué vamos a fingir algo que no sentimos?

Hacer cómo que no te importa, cuando te importa; es caer en su juego. Y eso sería ceder a su manipulación.

Parece un callejón sin salida.

He ahí otra señal.

¿Te sientes atrapado?

Tengo una gran amiga que acaba de tropezar con su exceso de entusiasmo en una nueva relación. Cuanto más ganas le pone o más amorosa se vuelve, el sujeto-un narcisista detectado- menos ganas le pone.

Cuánta contradicción somos capaces de albergar los seres humanos.

Buscando, googleando, analizando; llegamos a una conclusión : cuando el ego de un narcisista crece porque siente que ha ganado la batalla de su conquista; se siente con la libertad de desplegar la bandera de su arrogancia.

No, no va a pagar tu amor con la misma moneda.

Tira y afloja. Silencio y, hasta desprecio. Así te pagará.

Y eso funciona con todas las relaciones donde nos relacionamos con un narcisista. Pareja, familia, amigos o colegas.

Funciona igual.

Le das poder y lo usa sin límites.

Te hace sentir culpable, que hiciste algo mal. Que no estás a la altura.

Algo así cómo : ya te tengo, ahora sigue mi reglas.

Ay no! que pereza – dirían mis amigos colombianos.

Chau, arrivederci.

Next.

Mejor nos relacionamos con alguien que no chantajee nuestros afectos.

Un mar limpio y en calma donde no estemos temerosos ante el próximo maretazo de un ego descomunal.

Mi querer es sagrado y si no lo valoras, pues los dos somos víctimas del mismo error, pues yo no merezco desprecio ni tú este gran amor.

Ese verso sin esfuerzo está apuntado en mi cuaderno de adolescente. Después de un par de tequilas se lo canto a mi amiga y a todo aquel ser humano que no haga respetar su querer apasionado.

Que nos quieran bonito. Sin juego ni doble agenda. Que nos quieran sin chantaje emocional.

No podemos ir caminando por un campo minado : ¿le escribo?, ¿le digo poco, le digo mucho?, ¿digo que sí, me hago la que no?

Joder, macho. Así no va.

No siempre tendremos la lucidez ni el discernimiento para elegir eso que nos hace bien, por eso, en caso de emergencia busquemos a esa amiga que nos la cante clarito. Alguien que nos haga ver qué nos están utilizando para alimentar un ego tan descomunal como lo es su amor propio herido. Sí, detrás de un narcisista siempre hay un ser humano que sufre. Sin embargo, no somos la madre Teresa de Calcuta para ir rescatando niños perdidos.

Los límites son esenciales a la hora de neutralizar a un narcisista. Cuánto más te resistas, ellos tratarán de forzarte a través de la presión y del vampirismo emocional. Por eso, en cuanto detectes a alguien así en tu círculo, establece límites claros y no permitas que los traspase.

Te deseo en este año y en todos los que te toque vivir : amor del bueno, sin campos minados ni doble agenda. Te deseo un amor libre de egos descomunales.

No es el otro. Eres tú y solamente tú.

¿Cómo hago para que mi jardín esté más verde?

El tema surgió como salen tantas conversaciones valiosas; alrededor de una mesa con un círculo de mujeres con inquietudes similares, aunque seamos distintas entre nosotras.

El cuidado personal que le ponemos a nuestra vida puede ser tan minucioso como cuidar un delicado jardín. Incluye sacar malezas, abonar y fertilizar para llegar a ser nuestra mejor versión.

Eso que reluce tan brillante debería ser el reflejo de nuestras elecciones diarias y no simplemente un filtro para que el vecino lo vea más verde.

El pasto del vecino siempre es más verde.

Y así, se nos puede pasar la vida. Comparándonos con el resto. Mirando lo que los demás tienen y no la cosecha que nos hace únicos.

¿Cuántas veces hemos anhelado eso que no tenemos?

Un reproche silencioso en vez de agradecer lo que ya tenemos.

Y si a eso le sumamos nuestra interacción con las redes sociales nuestra percepción del mundo puede parecernos muy agobiante.

Leí un artículo muy bueno que hace una comparación entre las redes sociales y los pecados capitales argumentando que amplifican y justifican nuestras pasiones de forma constante. El exceso de exhibición de platos exóticos (gula) mostrar nuestros esculpidos cuerpos (soberbia), publicar una foto muy sexy (provocar lujuria).

Es un enfoque interesante y válido. Sin embargo, yo considero que hay que buscar un balance y lograr regularnos para que no se nos pase la mano.

¿Cómo usamos nuestras redes sociales?

Yo las uso para inspirar e inspirarme.

Lo que elijamos ver a través de la pantalla debe generar un sentimiento positivo en nosotros.

Igual que la vida misma.

¿Qué estoy eligiendo?

Cada día es una oportunidad para enamorarnos de nuestra vida y cultivar eso que nos hace bien.

Así que debo ser consecuente con eso.

¿Cómo hago que mi jardín sea más verde?

La lista es enorme y el abono que cada uno elija es muy personal.

Yo hice una lista de todo eso que me hace sentir más plena.

  • Levantarme motivada con una agenda clara de lo que quiero en mi día.
  • Tener una rutina diaria que incluya agradecimiento, respiración consciente y ejercicios.
  • Alimentarme de forma balanceada.
  • Tener una rutina de belleza que incluya peluquería, faciales y masajes. Sentirme bonita es indispensable para sentirme bien.
  • Tiempo de calidad con mi familia y comunicación constante. Así que viva el zoom, las redes sociales y los mensajes bonitos de WA.
  • Mucha comunicación y diversión con León. Es mi hijo menor, mi conchito y estar activa para él me hace sentir vital.
  • Tiempo en pareja para disfrutar de una buena charla, ver alguna serie y, por supuesto -y sin excusas- seguir cultivando una vida íntima.
  • Buscar las oportunidades para estar con amigos. Tomarme un café con una buena amiga puede tener el poder de transformar mi tarde.
  • Una vida social que haga nuestra vida más divertida. Así que ese empuje constante por ser más sociable, vale la pena.
  • Buscar talleres que me motiven. Bienvenidos los talleres de literatura y todos los cursos de crecimiento espiritual. Un libro o una buena charla también son ideales para contribuir con esa búsqueda. ¿Qué estoy leyendo ahora mismo? Violeta de Isabel Allende. Un libro muy femenino y actual. También estoy leyendo Los 5 lenguajes del amor para adolescentes, y empieza a ser mi guía para criar a mi hermoso hijo preadolescente.

Buscar el abono para que nuestro jardín sea más verde es un ejercicio permanente que nos puede hacer la vida mucho más inspiradora.

Ver el pasto de mis amigos y la gente que quiero verde y lleno de flores me sirve de constante inspiración.

Quiéreme tal como soy

El baile de los que sobran, el desfile de los locos entusiastas o los pincha globos.

No sé cuál título escoger para explicar mi zozobra. Sí, ese glup en mi garganta que me atora cuando me excedo en ganas y entusiasmo.

No es casualidad, tampoco mala suerte, pero al ladito mío casi siempre encuentro a alguno con su alfiler puntiagudo para pincharme el globo. O pincharme el exceso. El desborde.

Así voy caminando, pegándome un poquito a las paredes para que no me desinflen las ganas. Cuidándome las espaldas qué tiene varias marquitas por algún alfiler puntiagudo.

Pero ni crean que aprendo.

Ahí sigo yo.

Yo soy completamente capaz de llegar a un almuerzo, con un globo dorado, a un restaurante rebosando de gente solo para expresar mi cariño y admiración a alguien.

Brincos doy, si alguien hace lo mismo por mí

Lo que sucede de inmediato, es que más de uno te mira con cara de culo. Otros, te sonríen incrédulos y alguno te salva, agarrando el globo para que pases más caleta. El globo tiene helio y una pesa y lo dejamos al lado de la mesa para acompañar la velada.

Así sigo por la vida. Con mis globos de helio que no pesan, que son livianos, pero llevan una carga: Marisol, la entusiasta.

¿La qué se esfuerza demasiado?

No, nunca nada es demasiado para mí.

Yo soy así, es mi forma de ser, que te puedo decir…

 Me gusta hacer regalos personalizados. Decorar un paquete con escarcha. Disfrazarme para divertirme. Preparar una fiesta sorpresa. Reírme a carcajadas. Ser, a veces, disforzada. Quiéreme tal cómo soy, canta Sergio Fachelli y decido que ese sea el título de mi post.

Quiéreme tal como soy y si no, sigue adelante.

No me pinches mi globo. No aplaques mi entusiasmo.

Siempre, siempre voy a encontrar un motivo para celebrar la vida. Siempre voy a preferir la parafernalia, lo exagerado y lo pomposo. Sí, ya escribí de eso en otro post .https://solmania.wordpress.com/2020/07/08/lo-pomposo/

Pero no lo puedo evitar. Sigo encontrando pincha globos en mi camino y no los sé esquivar. Me sigue doliendo la pinchadita.

También, he de decir, para hacer justo balance que existe un gran grupo de entusiastas desfilando por la vida. Esos que aplauden a rabiar, que celebran porque sí y le ponen tantas ganas a las cosas que uno sabe, al mirarlos, que estás del lado correcto. De ellos aprendo, que es bonito decir cosas lindas porque sí. Aprendo que amar con ganas y exageración siempre suma. Aprendo que hacerle barras al otro, es un ejercicio que deberíamos aplicar más a menudo.

Esa cuota extra de entusiasmo vale la pena para seguir marcando un ritmo, a veces, descoordinado, y que no va tanto con el compás de una vida más sosa, pero bueno, ¿quién elige vivir de manera sosa?

Yo no, queridos pincha globos.

Hilos

En enero de 1974 tú estabas en tu viaje de egresados en Bariloche y yo ingresaba al mundo por el Hogar de la Madre de Miraflores.

El día que hice mi primera comunión a ti te internaban por surmenage en el hospital Rivadavía. Tu cuerpo dijo basta mientras yo recibía de blanco el cuerpo de Cristo.

En 1993 cuando tenía 19 años salí embarazada sin planificarlo y tú planificabas tercera mudanza a otro país. Te ibas a conquistar Roma mientras yo enfrentaba al mundo como madre soltera.

El mundo siguió girando, pero el gran creador intervino moviendo sus hilos para que un poquito más adelante nuestros caminos se entrelazaran.

Y así sucedió.

Una fuerza morbosa nos estrelló un febrero de 1996 y te presentó en mi vida como ese señor serio con bigotes en una casita en La Avenida del Bosque.

En esa agencia de publicidad, yo empezaba a trabajar y tú venías a repartir tus conocimientos para hacerla internacional.

Un cruce de miradas y todo comenzó.

En ese momento todos los espíritus a los que había invocado cuando sentía que mi vida era un completo desastre, me estaban probando y dando una nueva oportunidad.

¿Y saben qué hice?

Hice todo al revés.

En nuestra primera cita la pasión pudo más y terminamos en la cama y ya se sabe muy bien lo que dicen todas las abuelas del mundo: así, mijita no vas a llegar a ningún lado.

Bueno, resulta que a veces las abuelas se equivocan.

Algún Dios movió su varita a mi favor y ese señor tan serio, importante y que parecía de otro planeta abandonó su determinación de no casarse jamás.

Y, en pocos meses, nos sorprendimos poniendo fecha para seguir entrelazando nuestras vidas.

Tuvimos boda, champagne y, Alessa, mi hija de dos años, bendijo nuestra unión.

De todos modos, esos hilos que iban tejiendo nuestra historia, se empeñaron en enredarse más de una vez.

No fue fácil al comienzo, tampoco a la mitad, ni ahora que han pasado 25 años.

Recién casados nos fuimos a vivir a otra ciudad y no era suficiente nuestra luna de miel para soportar la soledad y la lluvia torrencial de Bogotá en esos primeros años de convivencia.

Yo tenía 23 años, escasa experiencia y, la verdad, que con tanta prisa para vivir juntos a mi marido lo conocía poquito, poquito. Muchas madrugadas me asaltaban dudas que casi podía palpar.

¿Podría desenredar esa madeja que me presentaba la vida?

Sí, mijita – me susurraba alguna abuela.

Por alguna extraña razón siempre le tuve fe a nuestra historia.

No todo lo que comienza enmarañado termina enredado. Y aunque hubiésemos empezado, según las costumbres tradicionales, al revés, logramos desafiar lo convencional.

 Así, un día de lluvia, nos sentamos frente a una chimenea con leños y fuego de verdad y con todo el amor que nos teníamos decidimos reinventar la felicidad.

Ese floro rimbombante de reinventar la felicidad se le ocurrió a Edu para hacerme creer que todo sería posible.

¿Y yo qué hice?

Me la creí.

Cerré los ojos y confíe que con paciencia y menos lluvia lo podríamos lograr.

Así, una mañana al despertar, descubrí que el sol también sale todos los días en Bogotá.

Que la ciudad que nos tocara para vivir tendría siempre un arcoíris.

A cada año de matrimonio le hemos puesto ganas, entusiasmo y, sobre todo, muchísima pasión.

Comprensión. Perdón. Comenzar de vuelta. Entender. Llorar juntos. Secarnos lágrimas.

Gritar sin miedo lo que sentimos. Dudar. Fruncir el ceño. No querer más. Intentar. Re engancharnos. Re enamorarnos. Elegirnos cada día, hace 25 años.

Y digo que sí, que vale la pena estas bodas que se vuelven de plata.

Y si me preguntan, no todos los días son certeza, sol y arcoíris. Me sigue pasando que a veces me dan ganas de salir corriendo y, entonces, recurro al mismo artilugio que alguna abuela sabia me sopló al oído: cierro los ojos, me tiro a la cama y dejo que pase lo que tenga que pasar.

Total, no hay mal que dure cien años o cama que no lo resuelva.

El Vuelo de Julieta

El mayor acto de amor que hice por ambos fue dejarte. Porque me dolía en el alma amarte, pero ya no soportarte.

En ese momento no lo entendiste y lo resentiste tanto que pasaste de un reproche desenfrenado a un lamento quejumbroso y luego a un mutismo que nos silenció y congeló el corazón para siempre.

Han pasado casi 28 años y recién puedo volver al comienzo de esta historia y dibujar con pinceladas en una memoria en blanco y volverme a encontrar contigo de otra forma.

Te caí en el muelle de la Rosa Naútica, a pocos metros del espigón y del murmullo del mar.

 ¿Quieres estar conmigo?. 

Ese día estabas de blanco y tu piel reflejaba la luna.  Que linda se te veía de blanco. No me dijiste que sí, pero yo te besé. Tenía premura por hacerlo. Tú sonreíste y con esa sonrisa consentiste todo.

Mi papá estaba a unos metros, nos había ido a recoger en su convertible blanco.

Navegábamos con tranquilidad por la adolescencia y ese estado de brisa y ternura nos acompañaría siempre. Por supuesto, no fue así.

Lo que más amabas de mi cuarto era ese balcón en el que te inclinabas y esparcías tus ganas. Yo te contemplaba ahí de espaldas con tu pelo que caía como una cascada infinita. Reías, me invitabas al amor en todas sus formas y yo era feliz.

¿Qué pudo salir tan mal, Julieta adorada? ¿En qué momento empecé a dudar?

 Aún siento el olor de tu chompita rosada en mi cama.

 Aun escucho ese sutil “Gordito, ¿para qué vas a salir con tus patas?”

Y me veo a mi mismo cambiando de inmediato mis planes porque prefería mil veces quedarme a tu lado. Hasta que un día, simplemente llegó un día, que ya no fue así.

No lo entendiste.

De pronto el ceño fruncido se convirtió en tu tatuaje permanente, tus ojos cristalinos disparaban miradas de pronóstico reservado, tu boca se aprendió de memoria una cantaleta disonante. Poco a poco sacaste toda tu artillería pesada.

Extrañaba, como un loco, tu ser ligero, tu presencia como pluma, tu vuelo diáfano. Todo el resto de tu humanidad me empezó a estorbar.

Me pesabas en el alma.

Tu aliento se marchitó y se te afilaron los dientes.

 Te convertiste en una criatura que yo desconocía, que se retorcía de rabia en el suelo y vociferaba a gritos para que no me fuera.

Pero yo, Julieta, me había ido hace rato.

Quisiste hacer un trato, pero yo ya no te podía escuchar.

La sentencia estaba dada : eras invisible y te debías acostumbrar.

¿Puedo alejarme, cuando mi corazón todavía está aquí?

Me convertí en un mero espectador. Decidí cerrar los ojos y darme media vuelta por respeto a tu imagen de colores suaves y palabras brillantes.

De esa relación insana tenía que salvar a uno. Te elegí a ti, Julieta adorada.

Ahora te presiento libre y volando arrebatada

Tu ser ligero, tu presencia como pluma.

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Otra vez Máncora

Todo lo que amamos profundamente se convierte en parte de nosotros mismos

Granitos diminutos que se pegan en mis yemas mientras imagino cuántos tesoros escondidos hay bajo el mar. Los puntitos brillantes son residuos de oro o una mezcolanza que licúo el mar. Tratamos de descifrar, con León, su origen remoto. Clasificamos puntos negros que traen rastros de volcán, están los puntos color arena y los que brillan más fuerte que el sol. Cogemos un puño que se nos escurre entre los dedos y estamos seguros que sí, que esa arena lleva oro en su composición.

Hay conchitas trituradas, piedras molidas y recuerdos que se me pegan en la planta del pie.

Ya son 26 años y, hoy, te dedico otro merecido escrito, Máncora de mis amores. Testigo de mis aventuras y desventuras, de mis ganas de escribir y de sentirme un poco más joven cuando le pido a Edison que me teja unas trenzas. Ayer fueron las manos de Manuel.

Pasan los mismos artesanos con distintos nombres. Otros caballos igual de cansados.

Cierro los ojos y por unos segundos tengo veinte años y veo con ilusión un sunset hundirse en el mar. Cuántos deseos cumplidos. Cuántos sueños que ni siquiera me atreví a soñar.

Te elijo Máncora para terminar mis 47 años.

Para comenzar un año más.

Sigo soñando.

Escucho a las olas que susurran misteriosas.

Las langostas que pesca Mariano y que Edu me cocina para empezar a celebrar.

Un ecran con película argentina en medio de la playa con estrellas que acompañan.

El desorden de pareos que desfilan al borde del pacífico y, que en su vaivén, ha inventado pocitas de todas las formas. Pozas donde remojamos los pies y jugamos con piedritas que lanzamos al mar.

¿Podemos pedir un deseo más?

A mis 48 años ya no tengo ganas de comerme el mundo.

Aligero el paso, estiro el deseo y presto atención a eso que el mar, travieso, me susurra al oído.

El tesoro de lo que decimos

¿Eso que tienes en el pecho es un tesoro o es una roca que te pesa?

-Lo segundo.

Bueno, entonces hay que sacarla y licuarla con el método más eficaz que ha inventado el hombre: las palabras.

Así de fácil y de difícil.

Cómo nos cuesta decir eso que nos jode o que nos ha jodido.

Preferimos respirar profundo y mirar de costado y ahí se queda la roca en el pecho.

Tan grande y llena de aristas que casi se ve.

Y así vivimos con tantas cosas sin decir.

Acumulando piedras que no son preciosas.

Decido escribir rápidamente a Juanito para decirle que Edu se ha quedado un poco triste por algo que le dijo.

Así de metiche.

Juanito es amigo de Edu y yo saldría sobrando en la ecuación, pero cuántas tristezas quedan por ahí en el aire por nuestra discreción. Hay que cortar con hacha esa maleza que se puede convertir en tristeza.

Juanito agradece mi intervención. Obviamente no se dio cuenta que lo que dijo entristeció a Edu. Juanito quiere a Edu y le escribe rápidamente un par de oraciones.

Edu me las lee y yo sonrío disimulada.

Sí, a veces hay que meterse un poquito en los asuntos de los demás y agradecer infinito por eso que inventó y perfeccionó el hombre: las palabras precisas en el momento preciso.

Si nuestras palabras hacen feliz a los demás, son un verdadero tesoro.

Mi talón de Aquiles

Cuando algo me importa mucho, mucho, mi cuerpo produce ciertas sustancias que normalmente las relacionamos solo con el amor: dopamina, adrenalina, oxitocina, endorfinas, serotonina y otros químicos de nombres complejos que se apoderan de mi y me hacen estar alerta, sentirme viva y llena de energía creativa.

Eso se siente delicioso y hace que abrace lo que me gusta y me importa con gran ímpetu.

Me pasa con la escritura y mis talleres de literatura.

¡Qué entregada es nuestra querida Marisol!

Tan entregada que a veces duele.

Igualito que pasa con el enamoramiento.

Todo ese cocktail de sustancias químicas me vuelven altamente vulnerable y tan ansiosa como una niña pequeña. Sufro un poquito y me siento nerviosa como si estuviera frente al chico que me gusta.

Todas las pasiones intensas nos desordenan y nos traen caos y contradicción.

Eso me pasa con la escritura porque aunque les parezca exagerado, es mi primer gran amor.

Sentada bajo un sauce llorón leía un cuento, inventaba una historia y me sentía plenamente feliz.

Fue la forma que encontré para conocerme y abrirme al mundo.

Era lo mío y era mío.

Luego, decidí compartirlo con otras personas a través de mi blog.

Ahora, en mis talleres de literatura enfrento mis textos con escritores que sin ser escritores son tan audaces, talentosos y sobresalientes que generan en mi toda clase de sentimientos que van desde la admiración hasta la parálisis.

Lo sufro y lo gozo como sucede con las relaciones que más nos importan.

Frustración ante mis expectativas.

¿Será relevante eso que narro?

¿Gustará mi texto?

¿Seré lo suficientemente buena?

¿Seré lo suficientemente bueeena?

Ahí desaparece esa Marisol chiquita que solo necesitaba apuntar para sentirse plenamente feliz.

Todo mi mundo de letras se revuelve con ese ego que me confunde y distrae.

¿Soy lo suficientemente buena?

Ya no soy yo con un libro de cuentos, ya no soy la ilusión de contar una historia inventada.

Ahora puedo ser mis ganas desmesuradas de agradar, gustar y destacar.

Sí, destacar (circunstancia o hecho que llame la atención entre los otros)

¿De dónde te vienen esas ganas exageradas querida Marisol?

Para mi la escritura siempre ha sido salir de mi hoyo personal.

Pararme en mi podio y felicitarme por atreverme a sacar mi voz. De niña era sumamente introvertida y sigo trabajando para que no se me noté. Creo que lo voy logrando!

Sanar ciertas heridas que está refundidas, pero escocen. Verlas convertirse en costra y luego en una cicatriz que puedo tocar y acariciar.

Ahora acaricio mi pasado y lo que no entendía en forma de narraciones.

Encontré, así, una maravillosa puerta de salida.

Para mí escribir es sanar y tiene doble efecto cuando lo comparto como terapia con mis compañeros de taller o con un lector amoroso que se detiene para leerme.

Todas esas personas que me leen con atención son mis grandes chamanes.

Poder pararme, firme, en mis dos pies, es una victoria.

Seguir escribiendo es una obligación que tengo con mi pasado y mi futuro. Me salva de mil maneras.

Tienes que seguir escribiendo, Marisol.

Cuando siento que fallo y me atolondra ese zumbido de insuficiencia, empiezo a sentirme como el mismísimo Aquiles con un talón que carece de fortaleza y puede ser tumbado con un flechazo certero.

Mi talón de Aquiles es perder la fe en mi.

El flechazo la importancia desmesurada que le doy a tu opinión. A alguna opinión.

Mi fortaleza sigue siendo mi vulnerabilidad.

Busco encontrar el balance entre la vulnerabilidad de niña chiquita y esa entereza de mujer que recorre el universo literario con hambre de sabueso para seguir aprendiendo.

Seguir creando como si estuviera intoxicada de esos químicos que solo los relacionamos con el amor.

Para mi escribir es lo mismo que estar enamorada.

Así se siente. Así de bonito.

Así de intenso también.

Cuando decides caminar por la otra vereda

Milán llegó a nuestra vida con nombre de ciudad porque estábamos enganchadísimos con la Casa De Papel, y así decidimos ponerle a nuestro primer perro : Milán, como la elegante ciudad de Italia.

Una de las cosas que ama hacer Milán es salir a pasear por el malecón, va elegantísimo con Isabella que es su dueña. Milán es bastante sociable y como es guapo todos paran a saludarlo. Algunos perros no son tan amistosos así que a Isa le toca jalar su correa y separar a su can de algún virtual enemigo. Si el perro agresivo saca mucho los dientes, Isa cruza a la vereda de enfrente para continuar su paseo de forma tranquila. No le enseña a Milán a atacar.

Esta situación, altamente cotidiana, me sirve para ilustrar lo que nos ha pasado en alguna ocasión con nuestro hijo León (que también es guapo y muy sociable).

León es alegre y muchas veces travieso, pero es un niño tranquilo y sobre todo amoroso. Si algún niño le tira un puñete, él se sorprende, ha aprendido a esquivarlo y se defiende evitando el golpe. No le sucede muy a menudo, pero le ha sucedido.

No está acostumbrado a golpear – eso le hemos inculcado.

Y sí, es verdad que estas primeras 180 palabras son mera introducción para lo que les quiero narrar. Me quema la mano por soltar algo con lo que estoy absolutamente en desacuerdo: un niño de 9 años que es violento y golpea en repetidas ocasiones a sus amigos.

Igual que cómo hacemos con Milán jalamos la correa y lo apartamos del que le ladra con agresividad.

Obviamente, como estamos hablando de niños y no de perros, averiguamos que sucedió para actuar en consecuencia.

En mi caso, decido hablar con la mamá del niño y le cuento lo sucedido. Sobretodo si la situación se repite con mi hijo y otros niños.

La mami – en este caso en particular- me dice : voy a ver que pasó.

Y cuando la situación se vuelve a repetir y la mamá decide mirar a otro lado en vez de corregir a su hijo que le gusta tirar puñetes, igual que cómo hacemos con Milán; cruzamos a la otra vereda.

El mundo es bastante amplio y cada uno tiene el derecho de educar a sus hijos cómo mejor le parezca. En nuestro caso, decidimos caminar lejos de niños que tienen la costumbre de pegar y de mamás que los alientan con su indiferencia.

Cruzamos a otra vereda. Caminamos por otra calle.

¿Qué mi hijo de 9 años no se sabe defender?

Claro que sí. Pero no con puñetes ni patadas.

El otro día le conté a León que nos visitaría el hijo de una amiga con habilidades especiales. León se metió a google e hizo un research del síndrome que tiene Lenny para estar preparado y tratarlo de manera que se sintiera incluido. Vi con mucho orgullo la paciencia y amor con la que León trataba a Lenny. Pasamos una tarde feliz y aprendimos mucho de esa experiencia.

Siempre podemos escoger cómo tratar a los demás.

Lo que no podemos elegir es cómo nos van a tratar a nosotros.

Felizmente tenemos la libertad de cruzar la calle y caminar por otra vereda.

En Busca de un Nuevo Sol

Regreso a Lima para lavar ropa y comer pollo. Lo primero me lleva a lo segundo.

Me da hambre y, mientras la ropa se termina de secar a fuerza de calor extremo, yo camino por Barranco luego de más de diez días de ausencia. Entre el polvo y desorden barranquino me siento casi como una turista. Juego a serlo con mi bolsa de mercado y mascarilla de colores. Antes de regresar a la casa entro a Metro para complacer a Eduardo y comprar el pollo a la brasa que sugirió. Es el único que me ha acompañado a Lima. Mis hijas, León, las chicas que me ayudan en la casa y hasta Milán han decidido quedarse 46 kilómetros al sur. No quieren volver. Yo tampoco, pero la lavadora de segunda que compré para que ayudara en la playa no ha dado los resultados esperados. El olor a humedad se me ha quedado impregnado en la nariz porque la falta de sol hace que la ropa no se seque bien.

Mientras yo lavo, la secadora seca, Richard recoge los últimos pedidos de pijamas del año y Edu se va a su oficina para terminar de desmantelarla.

El home office se prolonga, también nuestra incertidumbre y todo lo que nos sigue trayendo este 2020. Año de pandemia. Año de aprendizaje. Año de cambios.

Decidimos disimularlo con exceso de playa y cambio abrupto de rutina. Amo los cambios, me hacen bien y renuevan todas mis ganas. Venir a Lima ahora es la excepción y me encanta pasear por mi distrito como si no fuera el mío y, cómo si por un ratito, yo no fuera yo. Me siento libre en medio de una rutina que ya no es mía.

El pollo me sabe a grasa. Le digo a Edu que el pollo que él prepara es mucho, mucho más rico. Nos miramos y está decidido : una locura más. Metemos el inmenso Kamado a la camioneta.

Volvemos felices e ilusionados con la idea de preparar pollo mirando a un nuevo sol.